En la sociedad actual, se percibe desorientación en lo que respecta a la infancia. Esto se debe a la radicalización y universalización del sentido de la modernidad, dando lugar actualmente a una organización social de lo más cambiante y desorientadora.
En la modernidad, ningún conocimiento está revestido de absoluta certeza, sino que se somete a una continua revisión. No puede usarse la experiencia del pasado sino que se debe aprender a funcionar según el contexto, actuando de un modo desconocido y con consecuencias impredecibles.
La disolución del orden tradicional también ha significado la emancipación de la autoridad, en el sentido de que cada vez más, es la propia persona la que se enfrenta a tomar sus propias decisiones, sin que estas vengan impuestas por algún tipo de poder superior.
Hoy día se considera que cada persona es responsable de sí mismo y que el deber de cada una es el de realizarse en la vida, y así se transmite el mensaje a los hijos.
Pero al mismo tiempo nos encontramos ante una peligrosa dualidad entre infancia inocente a la que debemos guiar hacia su futuro de manera que tome sus propias decisiones independientemente dejando que caiga y aprenda a levantarse , y la de peligroso agresor al que debemos tener controlado para que no haga daño o se dañe a sí mismo. Dicha dualidad no hace otra cosa que crear incertidumbre en padres/madres que se contradicen continuamente en sus acciones.
Se extrae por lo tanto, que la sociedad moderna tiene doble filo: por un lado, mayores oportunidades por el desarrollo de las instituciones y su expansión mundial, pero por el otro el riesgo o peligro al que se enfrenta el niño (el cual tradicionalmente se achacaba a la mala suerte, efectos incontrolables de la naturaleza, etc.), cuyas consecuencias recaen en el adulto cómo único responsable, dando pie a ver la infancia/adolescencia como una amenaza que debemos pulir para que no de problemas.
"Pedagogía Social. Revista Interuniversitaria"
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